La amplia mesa de la sala de la Sociedad Central, los
cuadros blanco y negro de todos sus presidentes, tazas de café vacías y decenas
de paneles con el registro de muchas horas de mucho trabajo de muchos colegas
tantas veces vano, fueron el escenario de una charla intima, amable, y culta,
en el más estricto sentido disciplinar de la cultura arquitectónica, como
remate de otra intensa jornada de Jura de aquel concurso de viviendas sobre el
Riachuelo.
Nos quedamos los 3 charlando, luego que el resto se fuera
retirando, y poco a poco fuimos hilvanando temas que debieran ser patrimonio
colectivo: no soy ingenuo, se lo que implica, pero siempre he sido partidario
de filmar las jornadas de jura de concursos, y los concursos académicos, porque
creo que allí se dan las mejores reflexiones del estado de situación de la época,
y que todos debiéramos poder acceder, en su momento, a ese material.
El legado no legado, cierta mezquindad generacional, lo
valioso de lo actuado por las instituciones en casos paradigmáticos como Puerto
Madero; sacar a la institución de la institución, entender la época, o las
bondades del formato de esta entrega, así de random iba la charla acompañando
la paulatina caída de luz que anticipaba la noche.
Jorge me mando luego el pdf escaneado de esas épicas
revistas setentosas, con aquel proyecto que en el Perú, reunía figuras de la
arquitectura mundial detrás de una reflexión construida de vivienda agrupada.
De eso y tantas cosas mas hablamos ese atardecer.
Pero lo mas sorprendente, y que no supe leer a tiempo, fueron
aquellos dos momentos de la charla donde el Pato lagrimeó, sensiblemente
emocionado en su relato, primero contando lo doloroso de lo atravesado durante
la dictadura, para su generación y en particular para su socio, y la ayuda que
Jujo había resultado para varios de ellos; y luego, al describirnos los
funerales de Le Corbusier, con la imagen
de Andre Malraux leyendo algún poema en aquella
fastuosa ceremonia.
Muy poco tiempo después, embarcaba yo temprano un domingo rumbo
a la Habana, y al buscar el celular para apagarlo, leí un escueto mensaje de
texto que anunciaba la muerte de Alvaro Arrese.
Durante todo el despegue volvió esa charla, y el tono, y los
gestos, y era obvio que El Pato sabía lo que estaba por llegar; por algún
motivo que nunca supe, él sabía que en el rugby yo tenía un apodo, y siempre me
llamo Quesito, lo que hizo que cualquier discusión de las que pudimos tener, que
fueron varias, fueran siempre dentro de un marco de intimidad y cariño.
Podría buscar otros recuerdos mas pensados, mas racionales; mañana
Lunes volveremos a la batalla, a la discusión, a la contradicción del hacer, a la
disputa ideológica, y al hacer.
Pero para celebrarnos en este Domingo día del Arquitecto, de
todo lo que uno podría decir, de tantas dimensiones que debiera exponer, elijo
prescindir del discurso, la reflexión y el juicio, para recuperar el valor de
esa charla despojada y sensible, que no tenía ningún objetivo ni especulación: solo
disfrutar y compartir un rato charlando de Arquitectura.
Feliz Día.
Feliz Día.
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