La historia
de la evolución urbana, en particular de la consolidación habitable de las penínsulas
o istmos del territorio uruguayo, podrían estudiarse o planificarse según el
registro que el propio territorio tiene en sus múltiples ejemplos, cada uno con
sus diferentes grados de crecimiento.
Desde Punta del Diablo hasta Colonia del Sacramento pasando por Montevideo, solo por poner algunos casos de la costa oceánica del litoral Uruguayo, son variados los casos que permiten entender la dinámica de la evolución en distintos grados de avance, de la consolidación urbana de estas particulares situaciones del territorio, lo que permite sacar conclusiones, y contar con un variado menú, muy valioso a la hora de planificar o tomar decisiones acerca de codificaciones u obras infraestructurales o arquitectónicas detrás de los intereses más pertinentes para el enclave en cuestión.
La reciente nota que el periódico La Nación de Buenos Aires ( y de Punta del Este) publicara acerca de la situación conflictiva que se da en José Ignacio, una de las penínsulas que avanzan sobre el mar en el departamento de Maldonado, permite, en clave veraniega retomar algunas reflexiones que hace años nos permitimos hacer en territorio uruguayo, donde la condición casi virginal de algunos enclaves, permite ver en tiempo real la gran afectación que producen aparentes pequeñas o bien intencionadas operaciones, que en el fondo, habilitan grandes afectaciones a los sitios.
El caso del famoso y fotogénico puente circular que unió vehicularmente Rocha y Maldonado, realizado por Rafael Viñoly y Eduardo Constantini, fue motivo de varios posteos y reflexiones que hiciéramos antes y después de su construcción, y el tiempo va mostrando, muy en los tiempos rochenses, los cambios que la operación infratectural (infraestructura + arquitectura) habilitara, y detrás de qué intereses.
http://estudioafra.blogspot.com/2013/06/cruzar-o-no-cruzar-el-problema-no-es-el.html
http://estudioafra.blogspot.com/2011/06/rocha-en-balsa-no-al-puente.html
La Huella lleva más de 20 años en su lugar, ofreciendo desde siempre la experiencia de comer rico, en un clima muy agradable, y con precios muy razonables si se compara con los niveles astronómicos (astronómicos, no gastronómicos…) del mercado del esparcimiento en estas costas. Genera trabajo y consumo local todo el año, no solo en temporada de verano, lo que es fundamental para las dinámicas del habitar en lugares tan autónomos y alejados de otros centros urbanos durante todo el año, incluido el duro invierno marítimo por estos lares: seguridad, mantenimiento, pequeños servicios, vida social, microeconomías: probablemente alguna parte de la plusvalía que el enclave generó para si todos estos años pueda atribuírsele a la condición perenne de La Huella.
Pero el actual boom, la sobrecarga vehicular y de visitantes, y las dudosas obras a favor de la vehicularidad realizadas en las últimas temporadas incorporan algunos otros actores como corresponsables de la actual situación: José Ignacio se volvió un lugar aspiracional por causas múltiples y colectivas, alimentadas por las revistas del espectáculo y la farándula, los famosos y los imaginarios de la felicidad y el buen vivir, sobre un escenario que es realmente privilegiado, y que logró captar la vocación y el capital de un grupo determinado de vecinos que encontró allí un lugar fantástico para habitar.
Este proceso evolutivo refleja un crecimiento mucho mayor al de La Huella, que no ha cambiado tanto en estos 20 años en comparación.
Punta Ballena, por poner un ejemplo análogo, tiene a Casapueblo como su motor perenne: diferente es la convocatoria, pero produce un fenómeno similar: activa movimiento todo el año, lo que junto al centro comercial de Portezuelo, aseguran una dinámica indispensable para la vida allí, donde se genero también en estos años un crecimiento importante; y convengamos, a nadie se le ocurriría pedir que cierren Casapueblo por la afluencia que hacia allí se genera.
Lo que si habría que revisar son los intereses que se priorizan al momento de regular estos fenómenos de crecimientos, y es allí en donde el Estado local debe articular las tensiones que se generan entre los diferentes actores involucrados.
Cabo Polonio, otra de las magnificas geografías de las costas rochenses, bien podría servir aquí aunque parezca extraño, como ejemplo para pensar como habitar el crecimiento de José Ignacio.
Y lo tomamos como referencia, porque creemos que lo que tal vez podría reverse en la expansión de José Ignacio en comparación con el Polonio (entre muchas otras cosas…) es el rol de la vehicularidad en el tejido habitable.
En el Polonio, el automóvil nunca fue estructurante en la definición del dominio del suelo ni en la forma de circularlo. Por el contrario, el auto en origen, nunca entro a la península: todos habrán oído del Francés, y de los míticos ingresos en esos camiones de la guerra que un francés ponía al servicio de aquellos que se aventuraban a visitar este poblado de pescadores (similar a José Ignacio) atravesando dunas, para llegar a este reducto aislado del mundo, sin electricidad, pero conectado al tiempo y a los muchos sentimientos y actividades que emergen cuando solo quedan las personas y la naturaleza.
En formatos diferentes (que de a poco tienden a parecerse) ambos magníficos lugares tuvieron grandes crecimientos en las últimas dos décadas, se volvieron más masivos, se fueron formalizando (al polonio llego la señal de celular!!), se fueron manifestando conflictos de dominio, de códigos y de vecindad propios del crecimiento, pero el Polonio a diferencia de José Ignacio, sostuvo una condición determinante: el auto no forma parte de la vida del pueblo, no hay calles, no hay espacio cedido al automóvil, ni transito ni escapes de humo, ni la ortogonalidad de lo maquinal.(solo los propietarios pueden ingresarlos para llegar, pero no circulan una vez dentro)
Por el contrario, José Ignacio ya tiene en su estructura las ortogonales aceras para la circulación del auto, y reforzó, hace poco tiempo, el rol del auto en el pueblo, al formalizar el acceso al mismo, con los estacionamientos y la vehicularidad organizada ( y toneladas de asfalto sobre la duna) para acercar a los visitantes al casco urbano y a los comercios sobre la calle de acceso, lo que en la mirada externa, parece haber modificado, para peor, el ingreso, y en definitiva el carácter del pueblo.
La experiencia del Polonio, y del estado de Rocha que organizó y formalizó la dinámica de los accesos en camiones al poblado en la lógica del francés, hubiera sido útil al momento de proyectar la operación en José Ignacio: el estado de Maldonado podría haber repensado allí esa lógica, al menos en la temporada estival.
Que los autos visitantes queden afuera, en la rotonda y sus alrededores. Que solo los dueños puedan entrar sus autos, como en el Polonio. Que un servicio sencillo de bicicletas y un par de camiones o carros, según el imaginario y la aspiración determinen, alimenten la experiencia de llegar a José Ignacio (y a La Huella) en un carrousel a modo de transporte público, gratuito o rentado, como se elija ( si la Huella tiene 250 empleados , fácilmente podría asumir el costo de cuatro choferes, y el municipio el resto, por jugar un poco a la gestión…) y replicar esa experiencia de la llegada de un modo diferente al sitio, que es , esa diferencia, lo que en definitiva inicia la ruptura con lo cotidiano y protege la dinámica del pueblo y sus habitantes, que con todo derecho desde hace tiempo, reclaman sostener el carácter del lugar.
Que la pèatonildad, el tiempo, la cadencia y el contacto con el sitio, ese tiempo entre el auto y el pueblo, sea un valor y no una pérdida de tiempo. Que menos asfalto refleje el sol elevando la temperatura, y permita absorber mas humedad, y minimizar las canalizaciones del agua de las lluvias.
El conflicto que enfrenta josa Ignacio, es el conflicto que enfrenta el planeta, y en ello, varios enclaves de nuestra región: la finitud del territorio ante las crecientes demandas poblacionales, y el resguardo en esa dinámica de sitios de calidad extraordinaria de vida. Y la tensión entre el acceso masivo o restringido a esos enclaves, su densificación, y la suba del valor del habitar allí.
Y en ese crecimiento inexorable, los problemas implícitos: los recursos energía y agua, el manejo de los residuos, y el transporte, en particular, el rol del automóvil.
En mayor o menor medida, esto también le ocurre a José Ignacio, y parece injusto adjudicarle a La Huella la responsabilidad.
Ojala entre el Municipio, los vecinos y los trabajadores del pueblo, la comunidad toda, puedan acordar y encontrar la manera más pertinente de acomodar las cosas: una mirada inteligente a la historia de la costa uruguaya con sus huellas podrá ser útil para el destino de José Ignacio y la La Huella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario