sábado, 22 de mayo de 2010

catastrofes

mauricio corbalan desde corea, recordando alguna charla, me manda aca:
http://www.perfil.com/contenidos/2010/03/19/noticia_0046.html

catastrofes
Imaginación del desastre
Tal vez tenga razón Rafael Spregelburd al señalar que “la diferencia entre el Viejo Continente y el nuevo es sensata”.

Por Daniel Link 19.03.2010 23:11
Tal vez tenga razón Rafael Spregelburd al señalar que “la diferencia entre el Viejo Continente y el nuevo es sensata”. Pero tal vez, también sea cierto que esa misma sensatez, que pone a los procesos históricos como madre de todas las diferencias y repeticiones, embrolle todavía más el panorama. Porque para representarse a sí misma, como quiere Spregelburd, la cultura europea necesita de dos espejos simétricos, América y Asia, a los que respectivamente considera (en Tristes trópicos, Lévi-Strauss estableció el sistema) el pasado y el futuro de la humanidad (entendida como esa cosa típicamente europea). Somos, para los europeos, el pasado, y les llevamos con nosotros un espíritu festivo, una sensación de cosa no reglada del todo, el permanente derrame hacia los márgenes de las codificaciones: la montonera y la indiada. Eso es lo que les gusta de nosotros (un nosotros que sólo ellos son capaces de sostener con tanta inocencia): la mescolanza de lo alto y lo bajo, lo trágico y lo cómico, lo público y lo privado. El teatro de Spregelburd les parece, en ese punto, el ejemplo más acabado de esa mixtura que ellos ya no pueden mirar sin melancolía. ¿Qué entenderán de tales desenvolvimientos culturales? Ellos, que se reservan el lugar de supuesto saber, pretenden poder categorizarlo todo y hacen, de los buenos salvajes que a sus ojos somos, motivo de entretenimiento. Nos alaban, nos envidian y nos reclaman la ficción, la gracia, la imaginación portentosa y desmesurada. Pero en cuanto la conversación, se corre un ápice hacia cuestiones estatales, mueven la cabeza con pena. Ay, ay, ay: cómo les cuesta entender nuestras políticas.
Paranoia, de Rafael Spregelburd, no hace sino presentar eso al público europeo: las inteligencias superiores, para no destruir el planeta, reclaman un tipo de ficción que supone al mismo tiempo la variación infinita, el reconocimiento, la impersonalidad y la generalidad (pero no, nunca, la universalidad). Para decirlo de otra manera, el eurofascismo cotidiano encuentra hoy un límite en los desbordes sudamericanos (sean éstos de llanura, de selva o de montaña). Sólo nosotros salvamos al mundo de su inminente catástrofe.

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